Amador de Castro, mucho más que contable de Astano
Amador de Castro podría definirse como uno de los hombres más humildes y con más éxito empresarial de Galicia. En la calle pasa desapercibido pese a que todos los que tienen un coche que ha ido a la inspección técnica de vehículos han sido sus clientes. Creó un grupo empresarial -Fomento de Iniciativas- del que hoy cuelgan Sogarisa, la constructora Abeconsa y el negocio náutico. De Supervisión y Control mantiene, junto con el grupo Campo y José Luis Álvarez, el 20 %, tras vender el resto («lo que me ha hecho daño, aunque otra decisión sería ser un egoísta», reconocía en privado) al grupo cotizado Applus.
El empresario nació el día de Nochebuena de 1947, en casa. Su niñez la recuerda maravillosa en la calle Vizcaya, de A Coruña, donde jugaba al fútbol con sus colegas, y si pasaba un coche le protestaban.
Su padre, castellano y trabajador incansable, decidió emigrar a Galicia porque «las izquierdas y derechas en aquellas tierras estaban muy mal mezcladas». Ya en el norte conoció a una mujer nacida en una aldea de Cambre a la que vio un día en la calle de los Olmos y de la que no se separó desde entonces. «Se casaron el agua y el aceite -define el hijo a sus padres-. Ella obediente, siempre que hiciera lo que le daba la gana; mientras que él imponía todo lo que su mujer le dejaba».
La vida de Ama, como le llamaba su madre cuando quería que subiera a merendar, estuvo marcada por las mujeres: tuvo dos hermanas, tres hijas y luego vinieron «los hijos de mis hijas y ahí tengo tres niñas y un niño». A los 16 años, De Castro ya comenzó a ayudarle en el almacén a su padre, que tenía una licencia en exclusiva de una importante marca de embutidos de Salamanca. A este empresario no le gusta reconocer que estudiaba, y a la vez trabajaba en aquel almacén haciendo espacio, lo que lo obligaba a mover cientos de cajas. Relata el día que su padre le dio un billete de mil pesetas «porque un hombre siempre tiene que llevar dinero en el bolsillo por lo que pueda suceder. Me advirtió que no lo gastara, y que me iba a pedir que se lo enseñara, y si no lo tenía, debía de darle explicaciones. Nunca lo gasté».
Amador de Castro estudió primero en el Instituto Masculino y luego en la Escuela de Comercio. No lo hacía mal. Tuvo la habilidad de aprobar sin demasiado esfuerzo. Quería terminar (hizo por libre prácticamente toda la carrera de Económicas), y un profesor le propuso el trabajo de corregir en asignaturas de contabilidad y matemáticas financieras. Aceptó. Empezaba a las 7 de la mañana en el almacén, seguía sobre las 9 impartiendo clases y, después de comer, se iba a la facultad aunque antes paraba en el bar Estadio, donde había preparada una partida de tute. Ganó alguna apuesta de café, copa y puro. Por la noche, al acabar, se iba a la Academia Juan Flórez, donde «me pagaban una cantidad desusada por alta» por dar clase de matemáticas. Entre sus alumnos, inspectores de Trabajo como el alcalde Francisco Vázquez y Carlos Domenech.
De Castro no olvida a un catedrático al que le tuvo mucho respeto. Hijo de bedel, de una valía increíble. «Llegaba a clase -relata- y nos preguntaba qué queríamos que nos explicara. Todos callados. Se levantaba y se iba, y así día tras día. Pensé que no íbamos a acabar la carrera jamás; entonces propuse que cada uno de nosotros preparase un tema y le hiciésemos una pregunta. El primero fui yo, por delegación de mis compañeros. El profesor llegó, hizo la pregunta de siempre y yo levanté la mano. Nos dio una lección magistral. Cogí fama entonces de querer aprovechar el tiempo». Es cierto.
De la universidad a una empresa donde estuvo un mes llevando las cuentas. Dejó este trabajo porque «el hijo del jefe se quería imponer y no sabía ni sumar». Llegó a Astano en 1973 como jefe de contabilidad de la compañía de la que un año antes se había hecho cargo el INI. Dos años después, a Amador de Castro lo llaman de la corporación industrial del Banco del Noroeste y por el nuevo trabajo le ofrecen más del triple del salario que ganaba desde hacía cuatro meses en Astano. Tardó cinco segundos en decir que «sí» y se incorporó a Mafriesa, donde constató una importante falta de profesionalidad. Pero en diciembre de 1976, los responsables del INI le pidieron que volviese a Astano, y esta vez le ofrecieron el puesto de subdirector financiero. Se involucró durante dos años, hasta que comenzó entonces su aventura con Amancio Ortega. Alguien le dijo que un «tal Amancio» quería hablar con él porque le iba a proponer una oferta de trabajo en el textil. Amador de Castro entendió que el tal Amancio era el famoso jugador de fútbol al que conocía del barrio (Amancio Amaro Varela) e iba dispuesto a decirle con todo respeto que no aceptaba el empleo porque desconocía el sector.
Llegó a una tienda al lado del cine París, en la calle Real, y allí se encontró al que hoy es el primer accionista de Inditex, compañía que en aquel momento estaba iniciando su andadura. Empezaron a hablar a las 3 de la tarde y les dieron las 2 de la madrugada. Aceptó su propuesta. «Ortega es un encantador de serpientes que tiene claras las cosas tan elementales… Nos enzarzamos en una conversación de horas». Le dijo que sí, pero bien es verdad que el sueldo era «un pelín más alto». Ahí comenzaron a mantener una relación profesional y personal.
Un día alguien le dio el chivatazo a Ortega: Astano sigue detrás de Amador. El impulsor de Zara no dudó en ir a la casa del empleado, llamar al timbre e invitarlo a tomar un café: «Dime, ¿cuánto quieres?». No pudo convencerlo porque De Castro tenía la oferta de ser director financiero del astillero, desde donde lo promoverían a la dirección general. Le explicó que era su oportunidad para negociar con las grandes petroleras del mundo y que le resultaba imposible no aceptar ese regalo que le hacía la vida a sus 32 años. Ortega lo entendió.
Cuatro años después de aquella primera conversación (corría ya 1984), Amador de Castro presentó su renuncia irrevocable en Astano y renunció a la indemnización. La reconversión industrial diseñada por Carlos Solchaga quería acabar con el astillero. Al salir por la puerta se negó a utilizar el coche de empresa. El chófer cogió su 127 y lo acompañó a casa. Al llegar, pidió que no le pasaran llamadas. Pero…
-Don Amador, le llaman.
-¿Quién es?
-Dice que se llama Amancio.
-¿Pero hombre, ya te enteraste?
-¿Cuándo vuelves conmigo?
Su siguiente misión pasó por dirigir el plan de viabilidad de Spantax, una compañía aérea perteneciente a Patrimonio del Estado, y de ahí a organizar su propio negocio.
Hoy sigue en él.
Artículo en La Voz de Galicia